Durante siglos pueblos como los fenicios, egipcios, cartagineses, griegos y romanos entre otros surcaron de norte a sur y de este a oeste las aguas del Mediterráneo y sus costas. Aquellos pueblos marineros, con la luz de las estrellas como única guía trajeron, llevaron y comerciaron sus mercancías, mientras a la par, de un modo apenas perceptible y silencioso, esparcían la semilla de su cultura, tradiciones y religiones por toda la cuenca mediterránea dando lugar a una gigantesca vorágine donde mitos, leyendas y fantasías se aglutinaron y mezclaron dando lugar a otros nuevas. Así cada generación de civilizaciones y pueblos asimilaba y adoptaba parte de la cultura, conocimientos y tradiciones precedentes y las incluía en las suyas propio; cuyo ejemplo más representativo sería la adopción del alfabeto fenicio por la lengua de Heródoto.
Representación alegórica del descubrimiento de América, que en forma de mujer reposa en una hamaca. Joan Stradanus, Nova Reperta, Biblioteca Nacional, Madrid.
Estos pueblos tuvieron conocimiento desde muy pronto de que su “mare nostrum” tenía una salida situada al este que los comunicaba con un gran mar desconocido y peligroso, del cual surgían de tanto en tanto pueblos bárbaros y violentos para abalanzándose sobre las ciudades mediterráneas cual plagas de langostas sobre los campos de cereales. Esta puerta ceñida por las columnas de Hércules supuso durante mucho tiempo el umbral final de la mayoría de las expediciones comerciales, del que tan solo unos pocos atrevidos se atrevían a atravesar. Con los siglos leyendas y prohibiciones encadenaron las puertas al más allá, fantástico y lleno de incertidumbres. El griego Platón “el de las anchas espaldas” relataba que más allá del estrecho se encontraba la Atlántida, un continente hundido por una sucesión de cataclismos allende los brumosos tiempos heroicos, y de la que tan solo quedaban como triste recuerdo las cumbres de sus cordilleras. Platón describió en dos de sus diálogos: Timeo y Critias, que había existido una isla más grande que Asía y Libia juntas, la cual se encontraba a poca distancia de las costas africana y española. El relato sucesivo se estructura a través de una sucesión de elementos fantasiosos: su origen, gobernantes, riquezas y su destino final.
Durante la conquista de América, muchos cronistas intentaron dar con una explicación plausible al origen de este nuevo mundo relacionándolo con la utopía atlante o con las noticias de distantes e inexploradas tierras proporcionadas por los eruditos de anteriores generaciones, generalmente recopiladores del saber clasíco. En palabras del ensayista y crítico uruguayo Fernando Ainsa «América se convierte en un campo de experimentación práctica y de ratificación objetiva de lo imaginado con anterioridad, desde el bestiario fantástico a la prospera Jauja» Así el navegante y erudito pontevedrés Pedro Sarmiento de Gamboa, que exploró el estrecho de Magallanes, escribió en su Historia Índica: «…Queda de aquí que las Indias de Castilla fueron continentes con la Isla Atlántida»; igualmente Francisco López de Gómara, capellán de origen soriano y biógrafo del conquistador extremeño Hernán Cortés, afirma sin reparo en su obra Historia General de las Indias que América: «…son la isla y tierra Firme de Platón, y no las Hespérides ni Ofir y Tarsis, como muchos modernos dicen. »
Mapa Mundi a partir de la Geographia de Ptolomeo. Copia de Johannes de Armsshein, Ulm, en 1482.
Asimismo el filósofo y científico Aristóteles cuenta que el Senado de Cartago prohibió bajo pena de muerte las expediciones a una distante isla del océano Atlántico: «…Por el mismo tiempo, como algunos cartagineses partiesen de España por mar, (…); tomando la derrota entre poniente y mediodía y vencidas las aguas bravas del mar Océano, con navegación de muchos días descubrieron y llegaron a una isla muy ancha, abundante de pastos, de mucha frescura y arboledas y muy rica, regada de ríos que de muy montes empinados se derribaban, tan anchos y hondables que se podía navegar. Por esto y por estar yerma de moradores, muchos de aquella gente se quedaron allí de asiento, los demás con su flota dieron la vuelta, y llegados a Cartago, dieron aviso al Senado de todo (…) Esta isla creyeron fuese algunas de Canarias; pero ni la grandeza en particular de los ríos, ni la frescura concuerdan. Así los más eruditos están persuadidos es la que hoy llamamos de Santo Domingo o Española, o alguna parte de la tierra firme que cae en aquella derrota; y más cuidaron ser isla, por no haberla costeado y rodeado por todas partes ni considerado atentamente sus riberas.» (P. Juan de Mariana, Historia General de España, Libro II, Cap. II)
El cordobés Séneca, en su obra Medea, predecía el siguiente dictamen, el cual fue utilizado por la corona castellana durante el siglo XVI para legitimar la conquista y evangelización del Nuevo Mundo: «Siglos vendrán, de aquí a muchos años, en que el océano aflojara las ataduras de las cosas y aparecerá gran tierra y Tifis descubrirá nuevos mundos, y no será Thule la última tierra.»
Por otra parte, en el siglo IV el poeta romano Rufo Festo Avieno compuso el poema "Ora maritima", en el que declamaba: «… Afirma el gran Cartaginés Himilco / Que apenas esos mares, en el tiempo / Podrán de cuatro meses ser pasados; / Como por la experiencia probó él mesmo. / Aquí las naves dilatadamente / Son impelidas de ningunos vientos. / Tan tarda es el agua, el mar tan perezoso, / Que confunde y espanta los ingenios; / Y añade que hay entre las blandas fauces / De algas marinas verde pavimento / Que a veces, como yerba, de las naves / Impide el curso contra vela y remo; / Pero no obstante, dice, no penetra / Lo profundo del mar: antes el suelo / Apenas cubre el agua; y siempre vaga / La fuerza, va su oposición venciendo… »
Entre los siglos XV y XVI, un nuevo movimiento, que a la par que recorría Europa, afectaba a todos los campos del saber humano, y trastocaba la propia concepción del ser humano sobre si mismo y respecto a Dios y al mundo que le rodeaba. Iniciado en la centuria anterior en la ciudad italiana de Florencia, recién salida de la Peste Negra se caracterizó por la revitalización de los conceptos y elementos de la cultura grecorromana, razón por la cual recibió el nombre de Renacimiento, en clara contraposición con la Edad Media a la que se tachó de bárbara y gótica. Se leían con fruición los clásicos: Platón, Aristóteles, Cicerón, Plinio el Viejo, Tolomeo…; muchos de ellos procedentes de los anaqueles polvorientos de los monasterios; del contacto con la civilización musulmana, cuyo modelo más notable sería la escuela de traductores de Toledo; y paradójicamente, de la emigración que muchos sabios bizantinos hicieron a tierras de Italia tras la conquista de Constantinopla por los otomanos en 1453.
"Golfo de México en una de las secciones de la Carta Universal de Sancho Gutiérrez", 1551. Biblioteca Nacional de Viena.
Durante la conquista indiana, los cronistas del Nuevo Mundo no pudieron sustraerse a estas influencias, y así en sus escritos se apoyan en el concepto de “autoritas” de los escritores clásicos para encontrar referentes directos de aquellas nuevas tierras. Había una constante comparación entre los conocimientos de la Antigüedad clásica y la visión del Nuevo Mundo, reflejado todo esto en las crónicas sobre la conquista:
«…como natural de Cuzco, que fue otra Roma en aquel Imperio,… » (Comentarios Reales, Inca Garcilaso de la Vega); o hablando sobre el panteón inca «Y así vinieron a tener tanta variedad de dioses y tantos que fueron sin número, y porque no supieron, como los gentiles romanos, hacer dioses imaginados como la Esperanza, la Libertad, la Paz y otros semejantes,…» (Ídem)
No solo los clásicos aparecen como soporte y bastión de defensa de las especulaciones de los cronistas de las Indias respecto a América, sino que intervinieron en la formación de algunos mitos novomundinos, sea el caso de las amazonas, descritas por primera vez en la monumental obra del historiador griego Heródoto allá por el siglo V a.C. y aparecidas de la mano de Cristóbal Colón en tierras americanas; y la leyenda de los caníbales, cuya primera mención en la historia occidental nos lleva al militar y filósofo ateniense Jenofonte también por el siglo V a.C...