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La vida de los esclavos

La vida cotidiana de los esclavos


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En la antigua Roma, la esclavitud era considerada como algo perfectamente normal, se le consideraba un inferior pero se respetaba sin embargo su “humanidad”, era un integrante más de la familia donde cada uno tenía un rol preestablecido, por eso se le quería o castigaba paternalmente, o se le mandaba y favorecía. Los esclavos eran considerados como niños, sin mucho uso de razón, y a quienes debía hacérsele obedecer los mandatos. Sin embargo los romanos siempre padecieron un controlado temor de insurrección por parte de los esclavos, y son frecuentes los relatos en que se describen tales insurrecciones donde incluso el amo llegaba a ser asesinado. Eran considerados como hombres y no como cosas o animales porque se les inculcaban deberes morales: “servir con entrega y fidelidad”. Aunque por otra parte los esclavos eran considerados un bien más del patrimonio, junto a los animales, la tierras y las construcciones; en ello radicaba su inferioridad, en ser la posesión de un amo, y como tal, su poder sobre él no obedece a ningún reglamento que no sea su propia voluntad. También la esclavitud, como dijimos, daba lugar a sentimientos afectivos, y la posición general con respecto a ella estaba fundamentada en la muy arraigada creencia en el destino: a aquel le tocó ser amo, a tal otro, ser esclavo.

 

El origen de la masa esclava provenía mínimamente de las guerras o de su trata en las fronteras, se incrementaba más bien por la reproducción entre ellos mismos: todo hijo de esclava, sea quien fuere el padre, es propiedad del amo; también eran esclavizados los niños abandonados y la venta de hombres libres que no podían demostrar su condición de libertad. Así mismo, debido a la pobreza, los propios esclavos vendían a sus hijos a los tratantes (quienes los compraban recién nacidos, sanguinolentos), o algunos pobres libres se vendían incluso a sí mismos para asegurarse el pan y el abrigo a la sombra de algún amo; otros inclusive, más ambiciosos, se vendían como esclavos para asegurarse alguna buena posición de administrador de algún noble, o como tesoreros imperiales; se dice que tal fue el caso de Pallas, descendiente de una noble familia de Arcadia, que se vendió como esclavo a una dama de la familia imperial, llegando posteriormente a ser ministro de finanzas muy cercano al emperador Claudio.

Porque inclusive dentro de la clase esclava existían subclases, así, prácticamente todos los funcionarios del imperio eran esclavos del emperador, algunos de ellos bastante exitosos. En contraste, en lo más bajo de la escala se encontraban los esclavos rurales, siendo sin embargo característicos no de todo el imperio sino más bien de ciertas regiones como Sicilia y el sur de Italia; fuera de aquellas regiones la esclavitud es parte del conjunto de relaciones de producción, junto al asalariado rural y a la aparcería, e incluso en algunas regiones del Imperio, como el Egipto, la esclavitud rural no existió; hay casos, entre los pequeños terratenientes, en que se negaban a tener esclavos y se decidían a cultivar la tierra por su cuenta porque sus esclavos le resultaban muy caros. Pero la jerarquía de la clase esclava no termina allí, también los administradores solían ser esclavos del amo, y era su mujer quien cocinaba para todos; se dice que la gran mayoría del artesanado residente en las ciudades eran esclavos, mientras que la agricultura parece haber estado compuesta sobretodo por pequeños campesinos independientes o aparceros que trabajaban para grandes terratenientes, por hombres libres de condición pobre que trabajaban en jornales y esclavos de cadena, malos esclavos, que cumplían algún tipo de condena. De manera que “los esclavos constituían la cuarta parte de la mano de obra rural en Italia”.

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Los esclavos urbanos, por vivir cerca de sus amos, gozaban de ciertos privilegios inexistentes para un esclavo rural. Eran “criados”, y cumplían las más variadas funciones, desde desvestir y vestir a su amo en los baños termales (como los del gramático Galieno) hasta espiar a los amigos y sirvientes de condición libre del amo o la señora de la casa. Los romanos muy ricos podían llegar a tener decenas de esclavos, mientras que los no tan ricos (pero de situación económica que les permitiera no trabajar) tenían de uno a tres esclavos en sus hogares. Pero eran tales los privilegios de los esclavos domésticos que incluso muchos hombres libres e instruidos, gramáticos, arquitectos, poetas o comediantes, preferían esclavizarse a ser asalariados, pues gozarían de una intimidad capaz de otorgarles mayor provecho que siendo lejanos asalariados, con esperanza cierta además, de ser liberados algún días. En el artesanado y las distintas profesiones existentes ocurría algo similar, pues todos ellos trabajaban con esclavos, siendo bastante frecuente que aquellos sucedieran a su amo en el cargo, una vez muertos los últimos o liberados los primeros. Por eso la condición asalariada era más bien rehusada, porque no se basaba en una relación personal.

Aún considerando la variedad de clases esclavas, había algo común a todas ellas: el poder sin límites del amo sobre ellos y el trato paternal o superior sobre los esclavos, a quienes consideraban como niños (pais, puer) grandes o al menos como inferiores; el esclavo era considerado inferior no solo en el trato diario sino que también lo era jurídicamente. El esclavo, como dijimos, podía gozar de algunos beneficios de los que no gozaban los hombres libres pero pobres, podía por ejemplo ser destinado a encargarse de algunos negocios del amo y reunir patrimonio, lo que en la época se denominaba como Peculio, pero seguía sin embargo atado, en su condición de esclavo, a la voluntad de su amo, que podía venderlo o incluso matarlo, posibilidad de la que se hallaba libre, todo liberto o ciudadano; al esclavo se le podía torturar a fin de que confesara los crímenes de su amo mientras que el resto quedaba protegido de los tormentos.

En la antigua roma se consideraba indecente cuestionar la libertad o la condición esclava de tal o cual persona, pero en los casos judiciales siempre estuvo la libertad favorecida, pues en caso de duda o de empate en un fallo, se decidía por la libertad, de modo que la balanza de la justicia estuviese siempre levemente inclinada hacia el lado de la libertad, lo cual únicamente era humanitario en los casos de duda. Así mismo la liberación de un esclavo era irrevocable, el antiguo amo perdía todos sus derechos sobre el esclavo liberado. Pero si el esclavo seguía siéndolo se sometía al tribunal doméstico regido por el padre, el amo de la casa.


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Socialmente, el esclavo no tenía derecho a la familia pues ésta era derecho exclusivo de los ciudadanos libres, vivían como un rebaño, y el amo no tenía más que alegrarse cuando su rebaño se multiplicaba. Los nombres propios que les asignaban solían ser de origen griego, nombres que los mismos griegos no usaban entre ellos: Mirza, Melania, Medoro, Sidonia,...frecuentemente deformaciones romanas de los originales griegos. Sin embargo no es que los esclavos no tuviesen vida privada, pues tenían libre acceso a la religión y podían, si era su deseo, ordenarse sacerdote de alguna de ellas, inclusive de la cristiana que “jamás pensó en abolir la esclavitud”. Los días festivos todos libraban: esclavos, funcionarios y rebaños, e iban frecuentemente a las arenas, a los teatros o al circo.

Habían también malos esclavos, delincuentes o mal criados, que por lo general debían llevar cadenas toda su vida; incluso podía demandarse a terceros por haber pervertido a su esclavo, constituía un delito dar asilo a un fugitivo o haberlo estimulado a desobedecer o escapar; se decía que los esclavos no tenían autonomía y que por lo tanto eran una especie de reflejo del amo, si el último era gandul, también lo sería su esclavo, por eso, el padre, que por lo general era el amo de la domus, debía dar siempre el ejemplo.

Los esclavos tomaban su condición con resignación, sometiéndose al destino, y puesto que siempre había sido así y “más valía servir que ser libre pero morirse de hambre”, no quedaba más que agradar al amo, quien siempre tenía el poder de liberarlo, a él y a su futura descendencia; entonces las luchas y trampas entre esclavos eran frecuentes, lo mismo que las adulaciones y el constante miramiento hacia los amos, a quienes llamaban entre ellos el “mismísimo” (ipsimus, ipsisimus). Aunque hay que reconocer que también hubo un par de famosas revueltas, como la de Espartaco o la de Sicilia; lo curioso es que ninguna de las dos tenía por finalidad abolir la esclavitud sino más bien fundar una propia jurisdicción dentro del imperio para gozar de los mismos privilegios que los ciudadanos romanos.

El otorgar la libertad a un esclavo probaba la bondad del amo, pero el esclavo no tenía ningún derecho a pedir y mucho menos a exigir su libertad; otorgarla era un acto meritorio pero en ningún caso era un deber del amo, un acto meritorio no solo ante los esclavos sino también ante los hombres libres. Los únicos que podían interceder a favor de los esclavos eran otros hombres libres que pedían al amo o lo aconsejaban para que otorgara la preciada libertad; de hecho el esclavo que se refugiaba en casa de un amigo libre de su amo no era considerado fugitivo. Leamos las palabras de Trimalción: “Amigos míos, los esclavos son también hombres y han mamado la misma leche que nosotros, aunque la Fatalidad los haya postrado; pero no van a saborear menos el agua de la libertad antes de que sea demasiado tarde (si bien no hemos de tentar a la mala suerte hablando de estas cosas, porque yo quiero seguir viviendo); en una palabra, les doy a todos la libertad en mi testamento”.

La crueldad para con los esclavos era bastante común en Roma, incluso por parte de las esposas que mandaban azotar a sus esclavas en sus ataques de celos. Como dijimos, muchos vivían miserablemente, con hambre y sin derechos particulares, eran simplemente una posesión del amo. Sin embargo, también se observa una paulatina suavización del trato con el cambio que se produjo en Roma con el acento, al parecer espontáneo, que se puso sobre la pareja. El autor recalca que dicha suavización no fue producto del miedo a la rebelión, ni de una toma de conciencia vis a vis de la esclavitud sino que fue el producto “autónomo” del cambio sucedido en las relaciones de pareja. Vemos, en efecto, como los esclavos adquieren el derecho al matrimonio, que antes hubiese sido inconcebible, el derecho a la familia, el esfuerzo de los amos por vender paquetes de esclavos (para no amputar a los miembros de la familia), y ciertos cambios legales de todas maneras crueles: el amo debe ir preso si y solo si no justifica ante los tribunales el asesinato del esclavo. Así mismo, los esclavos tuvieron derecho, sobretodo con la llegada del cristianismo y el estoicismo, a sepultar a sus seres queridos. Se produjo una especie de atribución de deberes morales al esclavo, se aceptó que los esclavos podían poseer y cumplir ciertas reglas morales, y así, tuvo deberes para con su mujer y sus hijos. Pero siguió viviendo en la miseria, y su vida y libertad siguieron dependiendo del amo.

Recordemos para terminar con el tema, que la esclavitud era considerada una Fatalidad del destino, que sin embargo se debía respetar; el propio Séneca lo tomaba de esta manera, afirmando que incluso los nobles podían caer en la esclavitud si perdían alguna guerra, como de hecho sucedió después.


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